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elementos más capaces reflexionaran seriamente. Y así ocurrió que la mayoría de los
partidos se hallaron con que la fuerza de los hechos les obligó a hacer ciertas concesiones a
la idea sindicalista de la huelga general. Antes de que así ocurriera, el avanzado del
movimiento obrero holandés, Domela Niewenhuis, presentó ante el Congreso Internacional
Socialista de Bruselas (1891) una proposición encaminada a ahuyentar el peligro creciente
de una guerra, por medio de la preparación del proletariado para la huelga general,
proposición que fue duramente combatida por Guillermo Liebknecht en particular. A pesar
de esta oposición, casi todos los congresos se vieron obligados a ocuparse cada vez más
de esta cuestión.
En el congreso socialista de París, de 1899, el que había de ser ministro, Arístides
Briand, abogó por la huelga general con toda su fogosa elocuencia y logró que fuera
aprobada una resolución en tal sentido. Incluso los guesdistas franceses, que antes habían
sido los enemigos más enconados de la huelga general, se vieron en el congreso de Lilla,
de 1904, en el trance de aprobar una resolución en favor de la misma, pues temian, si no,
perder todo su predicamento entre los trabajadores. Claro que nada se salió ganando
prácticamente con tales concesiones. El oscilar entre el parlamentarismo y la acción directa,
no podía sino causar desconcierto. Hombres rectos y decididos como Domela Niewenhuis y
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sus adictos, en Holanda, y los allemanistas en Francia, sacaron la inevitable consecuencia
de su nueva concepción, y se retiraron en absoluto de la actuación parlamentaria; para los
demás, en cambio, sus concesiones a la idea de la huelga general no fueron más que hueco
palabrerío, sin comprensión alguna en el fondo. Adonde podía conducir eso se vio
prácticamente en el caso de Briand, quien, como ministro, se encontró en la situación
tragicómica de prohibir la difusión de su propio discurso en favor de la huelga general, que la
CGT había impreso y distribuido en cantidades de cientos de miles.
Independientemente del sindicalismo europeo, se desarrolló en los Estados Unidos el
movimiento denominado Industrial Workers of the World -Trabajadores industriales del
mundo-, que fue una rnanifestación genuina, nacida de las condiciones de aquel país. Sin
embargo, ofrecía de común con el sindicalismo los métodos de acción directa y la idea de
una reorganización socialista de la comunidad humana, efectuada por las organizaciones
agrícolas e industriales de los mismos trabajadores. En el congreso de Chicago, donde fue
fundado (1905), se hallaron representados los más diversos elementos radicales del
movimiento obrero norteamericano: Eugenio Debs, Bill Haywood, Carlos Moyer, Daniel de
Leon, W. Trautmann, Mother Jones, Lucy Parsons y otros muchos. Su sección más
importante, durante mucho tiempo, fue la Western, Federation of Miners -Federación de
Mineros del Oeste-, cuyo nombre se popularizó en todas partes por las generosas y
abnegadas luchas del trabajo en Colorado, Montana e Idaho. Hasta el gran movimiento por
la jornada de ocho horas, en 1886-87, que tuvo el final trágico de la ejecución de los
anarquistas Spies, Parsons, Fischer, Engel y Lingg, el 11 de noviembre de 1887, el
movimiento obrero norteamericano había estado en un ahogamiento espiritual. Se creyó que
con la fundación de los IWW iba a ser posible volver el movimiento a su forma revolucionaria
y hubo una expectación que por ahora ha resultado defraudada. Lo que distinguía a los IWW
de los sindicalistas europeos eran su firmes puntos de vista marxistas, que les habían sido
impresos especialmente por Daniel de Leon, en tanto que los sindicalistas de Europa
adoptaron francamente las ideas socialistas del ala libertaria de la Primera Internacional.
Los IWW tenían su mayor fuerza entre los trabajadores sin residencia fija del Oeste,
aunque también alcanzó alguna influencia entre los obreros de las fábricas de los Estados
del Este, y dirigió un número considerable de huelgas muy extensas, que pusieron en todos
los labios el nombre de los Wobblies. Tomaron parte muy principal en las enconadas
batallas libradas por salvaguardar la libertad de palabra en los Estados del Oeste, a costa de
terribles sacrificios en vidas y en libertad. Sus afiliados llenaban las cárceles. A muchos los
alquitranaban y cubrían de plumas sus fanáticos guardianes, o eran linchados. La matanza
de Everett, en 1916; la ejecución del poeta obrerista Joe Hill, en 1915; el asunto Centralia en
1919, entre otros muchos casos semejantes en los que los obreros, indefensos, caían
víctimas de la represión capitalista, son unos escasos ejemplos que señalan los hitos de la
historia de sacrificio de los IWW.
El estallido de la guerra mundial afectó al movimiento obrero, como una catástrofe de la
Naturaleza, que tuvo un enorme alcance. Después del atentado de Sarajevo, cuando todo el
mundo presentía que Europa marchaba a toda vela hacia la conflagración general, la CGT
propuso a los jefes de los sindicatos alemanes que las dos organizaciones obreras de [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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